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Amílcar Romero

Nací en Quilmes, a orillas del Mar Dulce que descubrió Solís. El lugar, en realidad, en 1665, fue bautizado como Reducción de la Santa Cruz y los Indios Quilmes. Estos nativos son provenientes de una nación de origen absolutamente desconocido. Algunas especulaciones antropológicas dicen que su cultura puede tener 10 mil años de antigüedad. Unas playas privilegiadas por la extensión y la dureza del suelo nos hicieron de las preferencias, amén del estacionamiento de la corona ibérica, de los colonialismos portugués, holandés y británico, ya sea para el tráfico de esclavos negros, artículos suntuarios e intentos de copamientos militares. Dentro de todo, los súbditos de Su Majestad londinense fundaron el Quilmes Atlethic Club, actualmente el más viejo del fútbol aborigen. Algo es algo. A lo largo de estas décadas, aparte de conejillo de Indias de cuanta variante dictatorial y militar se pueda conocer, de haber alcanzado el iniguable récord de cinco presidentes en un año, uno de los cuales es quilmeño y duró 24 horas, y haber sido generosamente desfondados por casi todos, sin amedrentarme para nada en lo personal se ha intentado alguna que otra aventura en la literatura, las ciencias sociales, el cine, la tevé, radios en Internet, las ediciones electrónicas y las bases de datos. Con toda franqueza, desde los '60, me alisté entre los agoreros que jamás dudaron que todo esto se venía a la mismísima. En lo meticuloso del análisis faltó tomar en cuenta un detalle: yo iba a estar abajo... Sospecho que es un poco tarde para intentar un salvataje como también pedantemente anotarme en la legión de los visioneros pitonisos. Rousseau aseguró que siempre la peor crisis es la última y el bueno de Murphy que lo peor aún no ha pasado. Por lo tanto, no queda otra que con bizarro masoquismo seguir comprobando la hipótesis científica de Mario Benedetti, también arrojada al viento por aquellos años, en torno a que nuestros países de por aquí no van a tocar nunca fondo por la sencilla razón de que no lo tienen.
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